Un billete de 5 euros
La señora tendría ochenta y pico años muy bien llevados, era pequeñita, con el pelo blanco, con ojos azules y limpios, y se abrigaba con un chaquetón de muchos inviernos. La dependienta de la tienda de congelados la saludó y preguntó con una enorme ternura qué deseaba. Después de un rato de duda y de consultar los precios escogió un cuarto de menestra de verdura, cinco croquetas de bacalao y cinco gambas rebozadas. En total: 3,40 euros. Cuando pagó, vi que llevaba un solo billete de 5 euros en el monedero. Mientras ella buscaba el dinero, la dependienta, a hurtadillas, le puso una croqueta y una gamba más. La anciana, dando alegremente los buenos días, salió con su bastón y su pequeña bolsa de congelados. La dependienta siguió despachando. Los pocos clientes que allí estábamos nos miramos en silencio, y en los ojos de un señor de aspecto curtido y con barba me pareció ver una lágrima furtiva. Ante tanta miseria moral que nos rodea, y ante las constantes noticias de quienes se enriquecen indecentemente, creo que la figura de la anciana, de la dependienta e incluso la del señor de la barba consiguen arrojar un poco de dignidad y de aire limpio en nuestra sociedad, y que podamos pensar que todavía no esta todo perdido
En el lugar del otro
Un mes después del desastre del crucero Costa Concordia, otro crucero de la misma compañía queda a la deriva en altamar durante tres días. Durante ese tiempo serían los helicópteros los que les proporcionarían la comida, mientras que la compañía preparaba el regreso y ofrecía a los afectados jugosas indemnizaciones.
Hablaban los afectados de condiciones muy duras: tres días sin ducharse, sin aire acondicionado y comiendo bocadillos.
¿Alguna vez han imaginado cómo es el pasaje en una patera?
¿Alguna vez se han puesto en el lugar de alguna madre que ve morir diariamente a sus hijos de hambre?
Cuando empecemos a ponernos en el lugar del otro, el mundo empezará a cambiar.
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